Cada cultura tiene una concepción de su realidad y de acuerdo a ella vive, “viendo” y dejando de “ver” determinados aspectos. La concepción que del mundo tienen, se ha desarrollado a través de un prolongado proceso de interacciones entre las etnias y el medio natural que les sirve de sustento para su persistencia y reproducción. Como cada etnia y el medio natural que habitan tienen características que las diferencian de otras; el resultado de sus interacciones también es diferente, estas diferencias son las que tipifican a cada cultura.
A nivel mundial, los pueblos más antiguos que llegaron a ser “Centros de Cultura Original” se desarrollaron en los Andes, Centroamérica, India, China, Medio Oriente y en las costas del Mediterráneo. Las etnias que habitan estas regiones, tienen singulares maneras de ver y vivir en interacción con los elementos de su medio natural. Las plantas, tanto las silvestres como las cultivadas, son parte de este medio natural y por lo tanto son también consideradas de manera diferente por cada cultura.
En los Andes la diversidad de climas va acompañada de una gran variabilidad en las estaciones climáticas, que en los Andes se caracterizan por no ser muy definidas ni mucho menos regulares. No son muy definidas, en el sentido de que la época de frió y la de calor no alcanzan niveles extremos como en el centro y norte de Europa y son muy variables por la presencia de repentinas heladas, sequías, granizadas o excesos de lluvia aún en plena estación cálida o lluviosa. Aquí la variabilidad del clima es lo normal. La cordillera andina determina además que el suelo sea de irregular topografía en donde los terrenos planos son escasos. Es frecuente que las tierras de cultivo sean suelos de ladera con pendientes pronunciadas.
En este medio natural de gran densidad, diversidad y variabilidad climática y con suelos de relieve accidentado, tuvo lugar un prolongado proceso de interacciones entre un medio pluriecológico y variable con las múltiples etnias que aún las habitan. Como consecuencia de ello se desarrolló un modo de “ver” y sobre todo de vivir y sentir el mundo, que si bien es singular en cada lugar, tiene características generales que en conjunto tipifican este modo de concebir la vida.
Para los andinos el mundo es una totalidad viva. No se comprende a las partes separadas del todo, cualquier evento se entiende inmerso dentro de los demás y donde cada parte refleja el todo. Este mundo íntegro y vivo es conceptuado como si fuera un animal, semejante a un puma capaz de reaccionar con inusitada fiereza cuando se le agrede. La totalidad es la colectividad natural o Pacha; comprende al conjunto de comunidades vivas, diversas y variables, cada una de las cuales a su vez representa al Todo.
Esta totalidad está confirmada por la comunidad natural pluriecológica constituida por el suelo, clima, agua, animales, plantas y todo el paisaje en general, por la comunidad humana multiétnica que comprende a los, diferentes pueblos que viven en los Andes y por la comunidad de deidades telúricas y celestes, a quienes se les reconoce el carácter de Huaca, de sagrado, en el sentido de tenerles mayor respeto, por haber vivido y visto mucho más y por haber acompañado a nuestros ancestros, porque nos acompaña y acompañará a los hijos de nuestros hijos. Estas comunidades se encuentran relacionadas a través de un continuo y activo diálogo, reciprocidad y efectiva redistribución. Cada comunidad es equivalente a cualquier otra; todas tienen el mismo valor, ninguna vale más y por lo tanto todas son importantes, merecen respeto y consideración, en la concepción andina esto se expresa cuando se reconoce que todo es sagrado, es sagrada la tierra (Pachamama = madre tierra, aunque etimológicamente seria tal vez más exacto “Señora del tiempo y el Espacio), los cerros, (Apus, Achachilas, Huamanís, Auquis), las estrellas, el sol, la luna, el rayo, las piedras, nuestros muertos, los ríos, puquiales, lagunas, los seres humanos vivos, los animales y las plantas, no sólo las cultivadas sino también las silvestres.
Los miembros de todas estas comunidades forman un Ayllu que ocupa un Pacha local, es decir todos son parientes pertenecientes a una misma familia. No sólo son parientes los runas sino también los ríos, los cerros, las piedras, las estrellas, los animales y las plantas que se encuentran en el Pacha local acompañándose los unos a los otros todos son personas equivalentes.
El Ayllu, se trata del grupo de parentesco. Pero resulta que, bien mirada la cosa, el grupo parental no se reduce al linaje humano como hasta ahora se había afirmado, sino que el parentesco, y con ello el Ayllu, abarca a cada uno de los miembros del Pacha (microcosmos) local. La familia humana no se diferencia de la gran familia que es el Ayllu sino que está inmersa en él. El Ayllu es la unión de la comunidad humana, de la comunidad de la Sallga y de la comunidad de huacas que viven en el Pacha local. La unidad parental así constituida es muy íntima y entrañable. Cuando traemos a la chacra una semilla de otro piso ecológico que ha atraído nuestro afecto y le ofrecemos el mejor de nuestros suelos en el huerto inmediato a nuestra vivienda y la cuidamos con cariño y esmero, ella es ya un miembro de nuestra familia: es nuestra nuera. Se evidencia así que los cultivos vegetales de nuestra chacra son hijos de la familia humana que los cría. Las llamas y alpacas son también hijas de la familia que las pastorea y las cuida.
El mismo hecho de reconocer equivalencia entre todos, hace que cada comunidad y en especial la humana sienta su insuficiencia para mantener ella sola, la integridad de las funciones de la colectividad natural de la cual turnia parte, copio un integrante más y no el más importante.
Diálogo y reciprocidad entre comunidades que sienten, que tienen igual valor y, que reconocen su insuficiencia, posibilita lograr una armonía con bienestar para todas las comunidades de la naturaleza.
Todos quienes existen en el mundo andino son como somos nosotros mismos y son nuestros amigos. Con ellos nos acompañamos, con ellos conversamos y reciprocamos. Les contamos lo que nos pasa y nos dan consejos; y también ellos nos cuentan lo suyo y confían en nosotros. Tratamos con cada uno de ellos de persona a persona, conversamos con ellos cara a cara.
Todo cuanto existe en el mundo andino es vivo. No sólo el hombre, los animales y las plantas sino también las piedras, los ríos, los cerros y todo lo demás. En el mundo andino no existe algo inerte: todo es vivo. Igual que nosotros todos participan en la gran fiesta que es la vida: todos comen, todos duermen, todos danzan, todos cantan: todos viven a plenitud.
En el mundo andino no hay poderosos ni autosuficientes. Todos nos necesitamos los unos a los otros para vivir. En los Andes no existe el mundo como totalidad íntegra diferente y diferenciada de sus componentes. Aquí no existen «todos» ni «partes», que tan sólo son abstracciones. Aquí hay simbiosis que es lo inmediato a la vida. La simbiosis se vive en los Andes en forma de crianza mutua.
La chacra (pedazo de tierra cultivada) es una forma de crianza. En la chacra andina no sólo se cría a las plantas y a los animales considerando como condiciones ya dadas al suelo, al agua y al clima, sino que en la chacra también se cría al suelo, al agua y al clima. Recíprocamente, la chacra cría a quienes la crían. Se trata pues de una cultura de crianza en un mundo vivo.
En los Andes toda la vida gira alrededor de la crianza de la chacra, por eso la cultura andina es agrocéntrica.
Cada uno de los seres que habitan en este mundo vivo andino es equivalente a cualquier otro, esto es, cada quien (ya sea hombre, árbol, piedra) es una persona plena e imprescindible, con su propio e inalienable modo de ser, con su personalidad definida, con su nombre propio, con su responsabilidad específica en el mantenimiento de la armonía del mundo, y es en tal condición de equivalencia que se relaciona con cada uno de los otros. Otra manifestación de equivalencia en el mundo andino es que todos tenemos chacra y todos pastoreamos un rebaño. Así como el hombre hace chacra combinando la forma de vida de las plantas, los animales, los suelos, las aguas y los climas que toma de la naturaleza con la aquiescencia de las huacas, del mismo modo las huacas tienen su chacra que es la flora de la naturaleza (o la sallga) y tiene sus rebaños que son la comunidad humana y la fauna de la sallga.
La cultura andina, que es la cultura de un mundo vivo y vivificante, late al ritmo de los ciclos cósmicos y de los ciclos telúricos que es el ritmo de la vida: su «tiempo», por tanto, es cíclico. Sin embargo, las ceremonias del calendario ritual andino son momentos de conversación íntima con tales ciclos en los que no se repite un «arquetipo» sino que se sintoniza la situación peculiar. En los Andes, el clima, que es la manera de mostrarse de los ciclos cósmicos y telúricos, es sumamente variable e irregular. Esto condiciona una diferencia importante con el mito del eterno retorno de los griegos de la Edad Clásica y con el modelo del tiempo circular. En los Andes hay una re-creación, una renovación, anual de los ritos, esto es, de la conversación íntima entre todos los componentes del mundo vivo, que se armoniza con el estado correspondiente del clima. Esta re-creación, esta renovación, es la digestión, por parte del mundo-vivo, de las condiciones de vida en el momento del rito, que, repetimos, son muy variables e irregulares.
Es obvio que el «tiempo» andino no es el tiempo lineal e irreversible del Occidente moderno (Se inicia cuando Jehová-dios creo el universo y terminará con el fin del mundo) en el que continuamente se cancela al pasado con el ansia de proyectar lo que se va a vivir en el futuro y de esta manera se escamotea el presente y, con ello, la vida. El «presente» en el mundo vivo andino se re-crea, se re-nueva, por digestión del «pasado», es decir, por inclusión del «pasado». Pero, a la vez, la cultura andina es capaz de saber continuamente cómo se va a presentar el «futuro» por la participación de todos los miembros de la colectividad natural en la conversación cósmico-telúrica propia del mundo vivo. En los Andes no hay una distinción tajante y cancelatoría entre «pasado» y «futuro» porque el «presente» los contiene a ambos. Por tanto no hay lugar aquí para el tiempo lineal e irreversible del Occidente moderno. En los Andes, desde luego, existe la noción de secuencia, las nociones de antes y después, pero ellas no se oponen como pasado y futuro en la cultura occidental, sino que se encuentran albergadas en el «presente», en el «presente de siempre», en «lo de siempre» siempre re-creado, siempre renovado. Es que en los Andes vivimos en un mundo vivo, no en el mundo- reloj de Occidente.
Por ello es que el sacerdote andino, en la ceremonia ritual, puede remontarse en el «pasado» miles de años y ver hoy en pleno funcionamiento ritual una huaca y participar activamente en aquel acto: de esta manera incluye el «pasado» en el «presente». Asimismo, el sacerdote puede por su capacidad de conversar con todos los componentes del mundo vivo, saber el clima que corresponderá a la campaña agrícola-pastoril venidera y también puede remontarse mas y llegar a saber el clima de las diez próximas campañas: de esta manera incluye el «futuro» en el »presente». En los Andes Inka, pasado, presente y futuro, antes, ahora y después, no son compartimientos estancos sino que ellos concurren en el ahora que, por eso mismo, es siempre. Siempre re-creado, siempre renovado, siempre novedoso, sin anquilosis alguna.
Como ya hemos visto, en la cultura andina Inka la forma del mundo no ocurre en el tiempo y el espacio. Aquí la vida ocurre en el pacha que podría, si se quiere, incluir al tiempo y al espacio pero antes de toda separación, y que podría, también si se quiere, significar cosmos o mundo para el modo de ser de Occidente; sin embargo el pacha, es, más bien, el micro-cosmos, el lugar particular y específico en que uno vive. Es la porción de la comunidad de la sallga o «naturaleza» en la que habita una comunidad humana, criando y dejándose criar, al amparo de un cerro tutelar o Apu que es miembro de la comunidad de huacas o «deidades». Es decir, pacha es la colectividad natural local, que, como todo en el mundo andino, se re-crea continuamente.
La Pachamama, la Madre Tierra, cada año, cada ciclo telúrico, concibe – fecundada por el Sol- y pare un nuevo pacha, (dentro del pacha, a su vez, el agua fecunda a la tierra, y así sucesivamente). Los sacerdotes y las sacerdotisas toman el pulso a la Pachamama y palpan el feto durante la gestación para conocer antes del parto el carácter de la cría. Por eso pueden saber el clima del año venidero. Pero ellos también, por su conocimiento tan íntimo de la Pachamama y del Sol, así como de las circunstancias de su vida, pueden saber incluso el carácter de sus criaturas aún no engendradas.
La colectividad natural andina siendo sumamente diversa, es sin embargo la de siempre. Sucede pues que lo de siempre es la diversidad, la renovación, la re-creación. La diversidad es lo habitual, es lo normal. Pero no cualquier diversidad sino la que conviene a la vida. Por este modo de ser es que la cultura andina ha podido mantener su presencia entrañable en las grandes mayorías poblacionales del campo y de las ciudades y continuar con su diversidad pertinente a la vida.
Por otra parte se constata que la concepción andina es holista porque en el mundo-animal lo que incide en uno cualquiera de sus órganos, afecta necesariamente al organismo, al ser vivo. El órgano es indesligable del organismo y en el órgano está incluido el organismo. Se trata de un mundo comunitario de un mundo de amparo en el que no cabe exclusión alguna. Cada quien (ya sea un hombre, un árbol, una piedra) es tan importante como cualquier otro.
Lo que acabamos de presentar nos hace ver que el holismo es propio de un mundo colectivista, embebido de un sentimiento de pertenencia: uno sabe siempre que es miembro de una comunidad con cuya persistencia se siente íntimamente comprometido. Uno sabe que es miembro de una comunidad que vive en uno. Es así como se vive la experiencia de unidad de la vida propia con la vida toda del mundo-animal andino.
Otra característica de la cosmovisión andina es su inmanencia, esto es, que todo ocurre dentro del mundo-animal. El mundo andino no se proyecta al exterior y no existe algo que actúe sobre él desde fuera. Esto implica que en la cultura andina no exista lo sobrenatural ni «el más allá» ni lo trascendente. El mundo inmanente andino es el mundo de la sensibilidad: nada en él escapa a la percepción. Todo cuanto existe es patente. Todo cuanto existe es evidente. Hasta la «deidad» Viracocha es perceptible, es visible.
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