El Abuelo y las Montañas

Entre las verdes montañas de la selva, bajo el manto dorado del atardecer, cuando los hombres expresaban su gratitud al gran espíritu por el día, Into, ya convertido en hombre, se encontraba en el regazo de la madre monte. Acompañado por el eco de las enseñanzas de su abuelo Tare, el guardián de los cuatro vientos, Tare comenzaba su viaje de regreso a la morada de los antiguos, en el refugio del Apan Dios.

Mientras Into revivía en sus pensamientos los momentos mágicos compartidos con su abuelo, permitió que el peso de los años se desvaneciera y se sintió nuevamente como un niño que había crecido entre montañas y dos ríos. Su hogar estaba en un pequeño y solitario pueblo, donde el aroma del monte se entremezclaba con los sueños, sueños que eran tan vívidos como las historias del mundo mágico y las enseñanzas de Tare.

«Abuelo,» susurró Into al viento, recordando las palabras de Tare sobre la importancia de vivir con un corazón sincero. «Nunca te olvidaré.»

El viento respondió con un dulce susurro, como viejas melodías que acariciaban su ser. Into podía sentir el espíritu de su abuelo como si estuviera allí a su lado, entre las hojas verdes y el murmullo de los ríos. Tare siempre le decía que un hombre podía llevar la fuerza del espíritu a cualquier lugar si su corazón era sincero. Sus palabras se habían convertido en el viento mismo, acariciando el alma de Into.

Le repetía que no debía llorar por su partida, pues él no había muerto; su espíritu perduraba en el aire que respiraba, en los ríos que lo rodeaban y en la mirada de su hijo recién nacido.

En ese instante, Into entendió que debía honrar la memoria de su abuelo viviendo de acuerdo con las enseñanzas del viento. Ascendió hacia la cima de una colina cercana, y al llegar, se sintió uno con el monte, como las raíces de los árboles que se entrelazan en el suelo. Recordó las palabras de su abuelo sobre la importancia de mantener la fortaleza y la tranquilidad del cielo y las montañas en medio de las tormentas de la vida.

Mientras alcanzaba esta serenidad, el paucar, el mensajero de la tierra, lo guió al corazón del bosque por el antiguo camino, acompañado por el viento que susurraba secretos de los tiempos antiguos. En un rincón secreto, encontró la fogata que una vez fue encendida por su abuelo Tare. Miró hacia las imponentes montañas y presenció cómo Tare se convertía en tierra, en agua, en viento y en fuego, tal como le había contado cuando era un niño.

Desde lo más profundo de su ser, resonó el canto que su abuelo le había enseñado; y con el eco de las antiguas melodías, el abuelo comenzó su viaje de regreso al infinito, acompañado por el padre viento y escoltado por el espíritu del monte, empezó a trascender las fronteras del tiempo y del espacio.

Así, en ese mágico momento, Into supo que la conexión con su abuelo y con el bosque nunca se perdería, que su legado de sabiduría y amor perduraría en las montañas que los habían unido, en los ríos que habían sido testigos de sus historias y en el corazón de su propio hijo, quien llevaría consigo la llama de la tradición y la esencia del espíritu del bosque. En el corazón de Into queda un dulce recuerdo de Tare, el guardián de los cuatro vientos.

Joel Jahuanchi Marca.